Se llama Antonio Avellaneda no sé qué -su madre tenía un apellido vasco, de esos impronunciables-. Es hijo de Manolo y de Mariví y el lunes pasado, junto a su hermana Kika, hicieron de anfitriones en la inauguración de la exposición de su padre en el Museo de la ciudad. Es curioso esto de la muerte de los amigos y los seres queridos: ellos se van, pero el cariño que les teníamos -a veces sin haber sabido muy bien su intensidad- lo heredan íntegro sus familiares de sangre más cercanos, como si notásemos muy nítidamente que nuestros amigos aún existen a través de la sangre, o del origen: Lucía, Eloy, Lolín, María, Antonio, Kika, Begoña...
5 comentarios:
Cuánta razón tienes.
Lucía.
clavaico a su padre...
Totalmente de acuerdo.
Gon
No creo que sea la sangre, es más bien una nueva proyección de esa energía a la que llamamos amor que hace que también amemos a aquellos a los que amaron la gente a la que queremos (uy que lío me he armado). Creo que es uno de los mejores regalos que nos dejan aquellos que se van, ese cariño que en cierta manera heredamos y proyectamos de nuevo.
Me ha encantado esta entrada, cuanta razón tienes.
Um Abraço para o meu Amigo Goicuria. Programa ERASMUS 2003 Portugal. António Rocha
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