08 septiembre 2011


Se llama Antonio Avellaneda no sé qué -su madre tenía un apellido vasco, de esos impronunciables-. Es hijo de Manolo y de Mariví y el lunes pasado, junto a su hermana Kika, hicieron de anfitriones en la inauguración de la exposición de su padre en el Museo de la ciudad. Es curioso esto de la muerte de los amigos y los seres queridos: ellos se van, pero el cariño que les teníamos -a veces sin haber sabido muy bien su intensidad- lo heredan íntegro sus familiares de sangre más cercanos, como si notásemos muy nítidamente que nuestros amigos aún existen a través de la sangre, o del origen: Lucía, Eloy, Lolín, María, Antonio, Kika, Begoña...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuánta razón tienes.


Lucía.

Anónimo dijo...

clavaico a su padre...

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo.
Gon

Anónimo dijo...

No creo que sea la sangre, es más bien una nueva proyección de esa energía a la que llamamos amor que hace que también amemos a aquellos a los que amaron la gente a la que queremos (uy que lío me he armado). Creo que es uno de los mejores regalos que nos dejan aquellos que se van, ese cariño que en cierta manera heredamos y proyectamos de nuevo.

Me ha encantado esta entrada, cuanta razón tienes.

António Rocha dijo...

Um Abraço para o meu Amigo Goicuria. Programa ERASMUS 2003 Portugal. António Rocha