29 octubre 2011


Se llama Suki, o Suqui -su dueño no sabe muy bien cómo se escribe-. Lo conocí ayer por la mañana en la puerta del estanco de Vistabella y lo habían dejado atado a la puerta de al lado mientras compraban tabaco. Cuando me agaché para fotografiarlo se removió y estiró, se puso en pose tres cuartos y miró fijamente al objetivo, como si estuviese muy orgulloso y seguro de su empequeñecido tamaño, o todo lo contrario, como si estuviese mosqueado por el interés de un extraño ante su raquítica figura. Y es que con la psicología de estos mil leches no sabe uno muy bien a qué atenerse y cómo comportarse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Se planteará algo? ¿Se reunirá con sus seres queridos al morir? ¿Tendrá seres queridos? ¿le montará el dueño una tumba para perros en algún lugar? ¿Importa acaso algo todo esto?.¿El ser conscientes de nuestra "inteligencia" nos asegura un cielo? (portándonos bien claro). ¿El no tiene derecho a cielo por haber nacido perro?. ¿Es tan injusto Dios si es que lo hay?.


Jose