Eran las diez horas, siete minutos y treinta segundos de la mañana de
ese día en el reloj del Centro de la Tercera Edad del barrio. Junto al
implacable "notario", todo un atrezzo para matar el tiempo, para
entretener al próximo condenado. Un ruido monótono de golpes de fichas
sobre el mármol actuaba como banda sonora, como fondo lúgubre, dándole
sentido rítmico al sinsentido plano de esas existencias.
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