Nos conocemos ya hace bastantes años y merodea por la plaza de las Flores; me dice que se llama María y que es rumana, aunque sé de antemano que todo es mentira. Siempre está en su papel pedigüeño y raras veces he podido traspasar la raya de los roles de ambos, pero en esta ocasión conseguí que me posara, que se mostrara tal cual, que me dejara entrever algo de su interior sin necesidad de pagarle. Y creo que lo hizo porque intuyó mi camaradería, mi sangre interior, mi olor a humo y estrellas.
2 comentarios:
Que importante es avanzar en esa relación para llegar a conseguir estos retratos nada fáciles, tengo que perder el miedo a dar ese paso. Me encanta tu trabajo.
Tus fotos y tus palabras son siempre un soplo cercano de reflexión y humanidad en medio de tanto caos, de tanta frivolidad y servidumbre.
Agradecido de tu vuelta.
Salud!
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