17 diciembre 2015


A veces nos gusta estar solos, sentirnos solos en momentos concretos para poder así fundirnos con la realidad que vivimos. Es como si en ese silencio cómplice nos viésemos a través de lo que miramos, dejando de ser yo para ser también parte del entorno. El domingo pasado, volviendo en tren de Madrid, al mirar por un instante la solitaria ventana del otro lado del vagón me vi reflejado en el huidizo paisaje de cristal y de repente me sentí feliz, real, parte de ese todo que allí se producía. 

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