07 enero 2016


Al atardecer del pasado día dos paseaba por Trapería cuando vi al pintor Severo Almansa sentado en una cafetería y enfrascado en resolver un crucigrama, por lo que decidí fotografiarlo "en su salsa". Durante todo el tiempo que estuve preparando el encuadre, así como durante las varias tomas que le hice, notaba que los de la mesa de al lado me miraban, pero no le dí importancia pues era lógico que se extrañaran de la escena. Ya en mi casa y mientras editaba las imágenes pude comprobar que el que me miraba no era que se extrañase de las fotos como yo creía en aquel momento, sino de mí, de verme a mí  y reconocerme y, claro, ahora lo reconozco yo a él: Se trata de un compañero del colegio, o del instituto, o de la mili -ya no me acuerdo- y además, creo que no nos habíamos visto desde aquellos tiempos. Qué pena haber perdido la oportunidad de saber de su vida y, lo que es peor, quizá ya nunca volvamos a encontrarnos. La vida y sus vericuetos.

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