09 febrero 2016


Esta mañana me la he pasado entera deambulando por el barrio de La Ciénaga con Wilkin, mi guía y vigilante particular. El paseo tenía como propósito hacer fotos de ese sitio de Santo Domingo, pero tengo que decir que la realidad de allí es tan dura y tan fuera de toda norma conocida que la mayoría de fotos se han quedado en meros disparos de compromiso. En el fondo no sabía para qué fotografiar todo aquello ni qué buscaba con mis imágenes: ¿enseñarlo a los demás o acaso demostrarme a mi mismo que podía entrar allí? No lo sé aún, quizá todo esté demasiado cerca como para poder entender el porqué de una mañana con tanta desesperanza. Y no creo que se trate de la pobreza del barrio -he visto otras gentes más pobres aún-; quizá se trataba de que allí entra uno en un lugar que no le pertenece, en una comunidad que ha caído tanto que hasta tiene sus propios códigos de comportamiento. La Ciénaga de Santo Domingo no es solamente la marginalidad, es un submundo subterráneo imposible de fotografiar porque está en otro plano, en otra dimensión, en otra cabeza a la que me es imposible llegar.

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