30 septiembre 2016


Era diminuto, pero el color amarillo de su cabeza me hizo localizarlo con cierta facilidad. Lo encontré durante un paseo por la zona del Verdolay, lugar donde hace unos 2.500 años unos antepasados utilizaban idolillos y exvotos de reducidas dimensiones como ofrenda a los dioses. Mientras seguía mi paseo, pensé en aquel hombre, joven y fuerte, que un amanecer como el de hoy subiría al santuario de La Luz para ofrecer su presente y poder así soñar con su felicidad. En ese instante miré mi brazo y era él.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenos días.