18 mayo 2010


A veces miramos el espacio que tenemos delante sin verlo, pero en ocasiones, en muy contadas ocasiones ese espacio se te ilumina, se te ordena, se te acomoda, se vuelve un espacio tuyo y desde él puedes ser feliz. Suele ser un lugar cualquiera, el rincón más inesperado, debe ser un espacio y un orden interior tuyo que encuentran alguna extraña coincidencia en el exterior para reflejarse. Debe ser, digo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay que ver lo complicadito que eres y las vueltas que le das al "perol",se nota que tienes pocos problemas de "los de verdad"....y las habichuelas aseguradas!!

Anónimo dijo...

Cuales son ..."los de verdad"?. ¿Conoces los de verdad para Juan?. Estimado anónimo, se nota que no entiendes lo que dice, cuando uno se hace planteamientos como los de Juan, estas sensaciones surgen precisamente cuando no se le dan vueltas al perol y se deja a la mente tranquila y atenta solo a lo que percibe, no a lo que elabora dentro de ella. Cuanto mas se le dan vueltas a la cabeza, menos se nota todo eso, son cosas absolutamente antagónicas. Creo que eres mas del modelo peonza. Cuando se deja de girar se está mejor.

Jose.

TOÑI dijo...

DEBE SER.Seguro que es,en el mundo de cada persona es dificil entrar.Que contenta estoy me acaba de llamar mi Celia,y a aprobado el carnet de conducir.....esta como loca.

Anónimo dijo...

Y hablando de lugares no se por qué me acorde de este poema de Cernuda:

Se atrevesaba primero un largo corredor os-
curo. Al fondo, a través de un arco, aparecia la luz
del jardín, una luz cuyo dorado resplandor teñían
de verde las hojas y el agua de un estanque. Y ésta,
al salir afuera, encerrada allá tras la baranda de
hierro, brillaba como líquida esmeralda, densa, se-
rena y misteriosa.
Luego estaba la escalera, junto a cuyos pel-
daños había dos altos magnolios, escondiento en-
tre sus ramas alguna estatua vieja a quien servía
de pedestal una columna. Al pie de la escalera co-
menzaban las terrazas del jardín.
Siguiendo los senderos de ladrillos rosáceos,
a través de una cancela y unos escalones, se suce-
dían los patinillos solitarios, con mirtos y adelfas
en torno de una fuente musgosa, y junto a la fuen-
te el tronco de un ciprés cuya copa se hundía en el
aire luminoso.
En el silencio circundante, toda aquella
hermosura se animaba con un latido recóndito,
como si el corazón de las gentes desaparecidas que
un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras
de las espesas ramas. El rumor inquieto del agua
fingía como unos pasos que se alejaran.
Era el cielo de un azul límpido y puro, glo-
rioso de luz y de calor. Entre las copas de las pal-
meras, más allá de las azoteas y galerías blancas
que coronaban el jardín, una torre gris y ocre se
erguía esbelta como el cáliz de una flor.

*
Hay destinos humanos ligados con lu-
gar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado
al borde de una fuente, soñaste un día la vida
como embeleso inagotable. La amplitud del cielo
te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las
hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos.
Más tarde habías de comprender que ni la
acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección
que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el
día que comprendiste esa triste verdad, aunque es-
tabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a
aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuen-
te, para soñar otra vez la juventud pasada.

Anónimo dijo...

Y hablando de lugares he recordado un poema de Cernuda:

"Se atrevesaba primero un largo corredor os-
curo. Al fondo, a través de un arco, aparecia la luz
del jardín, una luz cuyo dorado resplandor teñían
de verde las hojas y el agua de un estanque. Y ésta,
al salir afuera, encerrada allá tras la baranda de
hierro, brillaba como líquida esmeralda, densa, se-
rena y misteriosa.
Luego estaba la escalera, junto a cuyos pel-
daños había dos altos magnolios, escondiento en-
tre sus ramas alguna estatua vieja a quien servía
de pedestal una columna. Al pie de la escalera co-
menzaban las terrazas del jardín.
Siguiendo los senderos de ladrillos rosáceos,
a través de una cancela y unos escalones, se suce-
dían los patinillos solitarios, con mirtos y adelfas
en torno de una fuente musgosa, y junto a la fuen-
te el tronco de un ciprés cuya copa se hundía en el
aire luminoso.
En el silencio circundante, toda aquella
hermosura se animaba con un latido recóndito,
como si el corazón de las gentes desaparecidas que
un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras
de las espesas ramas. El rumor inquieto del agua
fingía como unos pasos que se alejaran.
Era el cielo de un azul límpido y puro, glo-
rioso de luz y de calor. Entre las copas de las pal-
meras, más allá de las azoteas y galerías blancas
que coronaban el jardín, una torre gris y ocre se
erguía esbelta como el cáliz de una flor.

*
Hay destinos humanos ligados con lu-
gar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado
al borde de una fuente, soñaste un día la vida
como embeleso inagotable. La amplitud del cielo
te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las
hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos.
Más tarde habías de comprender que ni la
acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección
que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el
día que comprendiste esa triste verdad, aunque es-
tabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a
aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuen-
te, para soñar otra vez la juventud pasada".