18 octubre 2013

En la época del Instituto Alfonso X se convirtió en uno de mis mejores amigos. Me gustaba de él su vitalidad y una especie de golfería domeñada que tenía, seguramente motivada como instinto de supervivencia por pertenecer a una de aquellas familias multinumerosas que solían producirse en la década de los cincuenta. Para mi en aquellos momentos era el amigo perfecto, alguien que me enseñaba la realidad sin perder nunca el hilo de la razón. Después, como es normal, la vida nos separó, pero los dientes -los míos, por desgracia- nos siguen uniendo, afortunadamente. Es mi dentista Miguel Cos.

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