05 febrero 2016


No recuerdo su nombre -ni entendí lo que me decía-, pero la mirada de este niño haitiano  implorando tímidamente lo que sea, me hace daño, me denuncia, me pone los pelos de punta y me provoca ganas de llorar amargamente. No es demagogia, no es bondad encubierta, es sentido de culpabilidad: ¿Cómo podemos seguir así? Es verdad que no somos responsables últimos del mundo, ni de su historia, pero este niño que sonríe sin fuerzas para decirte que está ahí, que lo mires, eres tú también. Y no puedes hacer nada, sabes que no puedes hacer nada, solo llorar, que es lo que hago amargamente, con mi mundo de libertad y de igualdad.

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