27 febrero 2018

Llevo un tiempo -acaso un par de meses, desde que decidí cambiar comportamientos y actitudes- que cuando veo un semáforo en rojo no solo me paro, sino que hasta disfruto. Durante esos pocos segundos que dura la prohibición, me limito a respirar, a pensar en mi vida, en mi identidad; como si fuese otro mirando desde una cierta altura, me veo a mí mismo allí parado y me analizo. En esos momentos siento como una paz interior habiendo congelado el tiempo, habiendo detenido mi camino y permaneciendo a la espera. Y claro, solo ahora, cuando vuelve a encenderse el verde, es cuando echo de menos otro rojo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...


Otros circulamos continuamente en el arrebatado y emocionante ámbar: instantes de energía, ilusión y esperanza; para volver rápidamente al acostumbrado, prohibido y prudente rojo, o al atrevido y desafiante verde; donde en ninguno de los dos encontramos paz.

Anónimo dijo...

Buenos días.

¡La gallina!