Allá por los años cincuenta, muchos de los niños del barrio de Vistabella jugábamos es esta esquina de la iglesia al escondite, al churro, media manga y mangotero, a recorrerla agarrándonos a sus decorativas cornisas, a la comba, las tres en raya... Muchos días de los que paso por allí me gusta acercarme a ese lugar y detenerme, pero, es curioso, mis pensamientos no se van a aquellos momentos de alegría compartida; se van a un vacío sideral, al frío del espacio inhabitado, a mi soledad persistente, al eco trágico de unas ausencias, al miedo por sentirme vivo... No cabe duda, la muerte es lo único que nos devuelve a aquel punto de partida.
1 comentario:
Buenos días.
Por muchas veces que pases, y por mucho que te empeñes, nunca volverá ni un solo segundo de aquellos.
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