NOELIA

Noelia Casau. Foto: JB

Ayer por la mañana visité el estudio de una joven pintora llamada Noelia Casau. No sabía nada de ella, ni de su obra, pero me decidí a conocerla a instancias de una amiga común que me lo aconsejó. Tiene un pequeñísimo estudio, a modo de oficina, en un entresuelo de la calle de la Merced. Allí, en ese minúsculo habitáculo, junto a una pequeña mesa con algunos objetos encima y un pequeño taburete como único asiento, había preparado como una docena de cuadros para que los viese -creo que prácticamente toda su obra- y, naturalmente, para que le diera mi opinión. La mayoría de ellos eran paisajes -inventados- en los que prevalecían colores intensos, casi chillones, junto a grandes espacios oscuros. Dar una opinión sobre lo que ví, no era fácil, porque aquello tampoco tenía opinión posible, pero la actitud de ella, su mirada espectante, el interés con el que me observaba, hicieron que estuviese casi una hora sin parar de hablar. Mi único empeño durante esa hora fue convencerla para que saliese de allí, para que olvidara todo lo que había hecho hasta ese momento, para que los volviera del revés y comenzara de nuevo, para que cambiara su ubicación, el sentido de su mirada, para que olvidara a sus maestros de Bellas Artes... Mi única meta durante esa visita fue intentar convencerla para que se saliera cuanto antes del camino emprendido y para que volviera, también cuanto antes, a la humildad y el rigor que deberían tener quienes pretenden obedecer a su destino. Ojalá lo intente, porque ella merece la pena.