Serían las 10 de la mañana del día 19 pasado cuando me fijé en un hombre mayor que caminaba por una calle de Argüelles en dirección a Moncloa. Vestía pantalón de pana y chaqueta de sport e iba despacio y pensativo, sujetándose las manos por la espalda. Parados en un semáforo pude observar que las uñas de sus auriculares, muy cuidadas, se las había dejado crecer. Y aunque en ningún momento le vi la cara -eso que dicen es el espejo del alma-, no necesitaba más para querer fijar su imagen como uno de esos pocos estereotipos humanos que me acompañan.
3 comentarios:
Sera para no gastar bastoncillos...!
Toda mi vida ese tipo de uñas,me produce rechazo,como mucho asquito por dar un nombre a mis sensaciones.
Pues yo creo que estaba jugando a 'piedra, papel o tijera'... evidentemente, el papel envuelve a la piedra ;)
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