06 marzo 2013

Eran las siete menos diez de la tarde, habíamos tenido nubes y lluvia durante todo el día pero de repente se abrió levemente el cielo por poniente y todo se inundaba de una luz dorada muy intensa, fenómeno que duraba escasamente unos pocos minutos, volviendo inmediatamente todo a su lugar, a su rutina anterior de grisácea oscuridad. Había sido como una llamada de alguien, ¿de Tomás?

4 comentarios:

Juan Ballester dijo...

Ahora que lo pienso no podía ser de Tomás. Tomás se comunicaba de una manera menos vistosa y evidente, más lejana y escondida.

Anónimo dijo...

¡De alguien a quien debes la vida!

Juan Ballester dijo...

La vida no se debe a nadie, como tampoco la muerte. Me resisto a atribuir identidad a lo que no comprendo, sería demasiado fácil o demasiado simple.

Anónimo dijo...

Sería demasiado cómodo