23 octubre 2013

Me gustó mucho su presencia sobre la barra del bar donde tomaba mi cortado, la textura que tenían, el color; me recordaron a mi amigo Ramón y a los tomates que pintaba. Y precisamente recordándolo a él y a sus tomates, divagué hacia la realidad y su misterio, reflexioné sobre su naturaleza..., y fijándome en la mosca otoñal que se posaba sobre uno de ellos, hasta en la infinitud del mundo. Pagué noventa céntimos por mi café y me fui a buscar un tomate donde posarme.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Más vale el reflejo del sol en un tomate fresco, que la misma luz en un diamante

Anónimo dijo...

Depende para qué. No es lo mismo morder un diamante y regalarle a tu chica un tomate. Las consecuencias son desastrosas en los dos casos.

Jose

Anónimo dijo...

Prefiero morder y regalar un tomate, y sobre todo verlo. Un saludo