Jamás en mi vida he sentido vocación de nada y mucho menos, claro, vocación religiosa. Es más, cuando en mi adolescencia me enteraba de algún compañero de colegio que se metía en el Seminario, sentía miedo, pánico a esa especie de entrega vital, de sacrificio. El viernes pasado, en el patio del Palacio episcopal, al ver a este niño mirar a los sacerdotes con esa pasión y con ese arrobo no pude dejar de sentir otra vez aquellos miedos insuperables, aquella inseguridad frente al destino irremediable.
1 comentario:
Buenos días.
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